domingo, 14 de noviembre de 2010

Un nuevo modelo de pareja política - Por León Rozitchner

Néstor Kirchner no hizo, es cierto, la revolución económica que la izquierda anhela: inauguró –nada menos– una nueva genealogía en la historia popular argentina: “Somos hijos de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo”, nos dijo, abriendo los brazos de una fraternidad perdida.
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Viniendo desde el horror que los asesinos habían marcado en el cuerpo de cada argentino, abrió el lugar a una Justicia que no venía sólo del derecho: venía desde ese “otro derecho” que es un orden previo a la ley que la violencia sostiene, engendrado desde el cuerpo amoroso de las Madres, no del cuerpo del Estado y del Padre Terrible.
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Las Madres despiertan en casi todos nosotros la promesa de una felicidad perdida que quedó grabada en el fondo del alma. Esas son ahora las premisas históricas y colectivas de nuestro recomienzo: parten desde donde las madres procuran al hijo su cobijo, allí cuando ellas le dan todo sin pedirle nada, por amor al arte, sin equivalentes, ese orden amoroso donde se inicia espontáneamente el derecho a la vida (tan contradictorio y opuesto al capitalismo) y que ese sea el lugar ensoñado de una “vida feliz” que todos –desde San Agustín a Marx– le reconocen a la primera infancia, como si ella relampagueara siempre en un instante de desesperanza.
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Así también se hicieron los Fernández-Kirchner: un modelo de pareja humana que corrige y amplía a la pareja del primer peronismo, donde Evita sumisa proclamaba la necesaria adoración al hombre que la había escogido sacándola de la turbiedad de las candilejas porteñas. Ella era sólo el complemento sumiso: hacía por caridad cristiana, para ayudarlo, lo que Perón hacía por ley del Estado, mientras les pedía a los descamisados que lo amaran al Coronel con la misma devoción femenina –no materna– con que ella lo amaba. El, hombre-hombre por un lado, ella mujer-sumisa-amorosa y devota por el otro.
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Por eso, tantas mujeres sumisas y ahítas de alta y media clase, tan finas y delicadas ellas, no nos ahorran sus miserias cuando se muestran al desnudo al dirigirle sus obscenas diatribas: no ven lo que muestran. Son mujeres esclavas del hombre que las ha adquirido –o ellas lo hicieron– y al que se han unido en turbias transacciones, donde el tanto por ciento y las glándulas se han fusionado en una extraña alquimia convertida en empuje que llaman “amoroso”. La envidian a Cristina desde lo más profundo de sus renunciamientos que el amor “conyugal” exige pero no consuela. Cristina las pone en evidencia a todas: se han quedado, sin jeans que las ciñan, con el culo al aire. Ella tiene, teniendo lo mismo o más de lo que ellas tienen, lo que a todas juntas les falta. Pero saben que tampoco podrían nunca llegar a tenerlo. Por eso, ellas no la envidian: la odian como a una traidora de clase –de clase de mujeres, digo–. La han cubierto de insultos y desprecios: de las ignominias más abyectas que nunca vi salir antes de esas boquitas pintadas de servil encono. Cristina las pone fuera de quicio. Esto también constituye el suelo denso y material de la política, tan unido a la lucha de clases entre ricos y pobres. Ellas también son el resultado de la producción capitalista de sujetos en serie: mercancías femeninas con formas humanas, con su valor de uso y su valor de cambio.
¿Y del odio de sus maridos? De esos machos viriles que ven en Cristina, mezclados con sus maduros atractivos femeninos que les hacen cosquillas desde el cerebro hasta sus partes pudendas, a esa mujer que un flaco feo y bizco ha conquistado, no se la tragan.
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Y ahora, como antes con Evita y ahora con Néstor, prolongando a los asesinos saludan y dan vivas al cáncer y al infarto. Gritan, frente al enemigo, “viva la muerte”, como aquel general franquista durante la guerra civil española. Sienten el peligro, forman un solo bloque con sus hombres: no quieren perder nada.
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Con las nuevas madres y abuelas argentinas ha vuelto a ocupar la escena política esa primera mujer-madre corporal, gozosa y generosa, que todos –hombres y mujeres– hemos tenido para poder llegar a la existencia y ahora a la vida política de la que el terror de Estado nos había distanciado. Es nuestro propio fundamento más hondo el que ha reverdecido con ellas. Quizá la política necesite ahora el apoyo de todos nosotros desde más adentro y desde más abajo. Porque Cristina Fernández-Kirchner ha prolongado y asumido como mujer-madre, y con el hombre que fue su marido, un nuevo modelo social de pareja política. No es poco para recuperar el origen materno del imaginario colectivo que busca una sociabilidad distinta. De todos modos, habremos ahondado un lugar nuevo y más fuerte si, para defendernos, la defendemos: no nos queda otra. Y no he sido ni soy, por eso, “kirchnerista”.

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